15 septiembre 2010

Rencoroso



Esto que voy a escribir es un desahogo de momentos pasados en los que me he callado de rabia ante el comportamiento de personas que conozco. Por ello va dirigido para todo aquel que se sienta aludido. Serán pocos, pero los suficientes para que tenga sentido haber dedicado nuestro tiempo, tanto en leerlo como al teclearlo. El porqué de mi alusión a un grupo con una palabra tan relativa como pocos, es cuestión de que la inteligencia bruta estadísticamente no se encuentra en un gran porcentaje civiles cuerdos; y como no pienso hacer caso más que a la ciencia, me tendréis que disculpar al discriminar a la gran mayoría de mis lectores. Es estadística señores. No es capricho mío. No os ofendáis. Y como bien sabemos: es una ciencia no exacta, por lo que del mismo modo yo no soy tan tajante de escribir el nombre de quienes podéis leer o no esta entrada.


Si hasta aquí has llegado leyendo, piensas seguir y además no tienes la total seguridad de que tú no has sido discriminado, deja de leer porque no vas a comprender. Veremos a ver qué pasa y comencemos con mi breve emisión.


¿Cuántas veces me he quedado callado sin decirte lo que pienso porque sé que no lo entenderías? ¿Cuántas veces más lo tendré que hacer? ¿Cuándo acabará esta retención de mi generosidad intelectual? Me lo guardo para mí. Te lo guardas para ti. ¿Alguna vez has pensado si has desacertado? ¿Alguna vez te has planteado que si compartes tu razón la harás crecer? ¿que si no lo haces pierdes más que haciéndolo?


¿Cuántas veces he hablado contigo y no me has contado? ¿Cuántas veces más quieres que te demuestre que te has equivocado? ¿Cuántas veces más tengo que irme con la agonía de que ni siquiera me has probado? Me subestimaste. Ahora yo te lo cuento por todas las ocasiones que he contado.


Mi intranquilidad ha salido a la luz para avisarme de que la fuerza que nos va a hacer esquivar el apocalipsis del pensamiento occidental está cogiendo la avenida de la soledad. Sí, ciertamente, la inteligencia está dejando de compartirse.


Sí que te ha pasado alguna vez. Te me has quedado callado para no tener que perder tiempo explicando algo que para otro es incomprensible. Y cuando has hecho uso de la palabra, ciegamente confiaste en tu palabra, pero olvidaste escuchar y dudar. ¡Te maldigo ciego de egoísmo! Estuvimos a punto de dar un paso hacia delante. Pero desaprovechamos la ocasión y el tiempo.


“La verdad tiene la característica de ser algo perfecto y la perfección es algo que nuestra mente es incapaz de percibir en su totalidad por su capacidad no ilimitada. Pero dos o más mentes juntas reducen la limitación y por tanto catan mejor la verdad.”

PD: Que el penúltimo párrafo no sea dicho en futuro.


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