13 noviembre 2011

Tengo dos plumas y voy a volar


Despierto poniendo los dos pies sobre el suelo a la vez, estiro los brazos, frunzo la cara y con la lengua mastico la saliva madrugadora contra el paladar. Respiro profundamente antes de plantearme qué era lo que pretendo con mi vida mientras miro fijamente mi adormecida cara en el espejo. Tengo amigos, no tengo casa propia, tengo un coche modesto, tengo trabajo, no tengo una carrera, no tengo mucho dinero, ni tampoco mi familia que sí que lo merece; apenas unos cuantos billetes dentro de mi cartera calculo que la abultan.


Cuando salgo a la calle, respiro la vida moderna y veo que no está hecha para que me acople. Vivo unos tiempos maravillosos a los que quiero adaptarme. Cómo poder aclarar lo que pasa es lo que haré cuando quite la mirada del espejo y deje de hablar conmigo mismo.


Quiero confesar todas las cosas que impiden que me siente frente a alguien y en mi plena convicción le pueda decir “mi vida es maravillosa”. Primero, por miedo a que me crea y tenga que dejar de confesar y pasar a contar lo maravilloso que es la televisión. Segundo, porque si no me cree, que es lo que desearía, entonces se verifica la espiral de perdición en la que esta sociedad occidental nos ha sumido y de la que yo no hayo manera de salir.


Hará ya unos años que me siento especial. Un día, cuando era más pequeño que hoy y que ayer, le dijo mi profesora a mi madre en una de estas reuniones papis-profes, que podía estar tranquila, que “su hijo Leandro es completamente normal”. Recuerdo esas reuniones como algo gracioso, porque siempre estaba entre ellos actuando como un niño tonto que no entendía lo que hablaban, pero gracias a que mi madre era inglesa, la profesora no tenía otra que decir las cosas para que yo aunque no quisiera, me enterase de las cosas que sólo mi mami tenía que saber. Eso sí que era genial.


Aunque cada día me cuesta más y más poder decir si algo es genial o no. El problema está en que actualmente que algo le salga bien a alguien es impresionante, que una película tenga efectos especiales inmejorables, que una cama sea increíblemente cómoda, “somos la mejor generación”,... Ya no recuerdo qué era lo normal. ¿Os resulta fácil negar que las personas exageren de manera compulsiva? Yo ya me he perdido, de verdad. No sé lo que es increíble, super, mega, ultra, ni cuando algo es inmejorable. Tampoco me creo especial hoy, pero algo nos empuja a no ser normales.


¿Qué le pasó a la normalidad? Antes molaba, ¿no? El sano juicio dejó de ser arma a ser debilidad de las personas frente al dramatismo. Es verdad que ahora tenemos que captar de cualquier manera la atención de otros en propósito personal, y así poder competir dentro de la sociedad. Si no, la costumbre te lleva a ser excluido de toda la potencial presencia que podrías tener frente a los demás. Pero, de ahí a exagerarlo todo, de premiar gratuitamente a la exclusiva de ubicua; sinceramente, me creo incapaz de saber si el darle un mordisco a una hamburguesa merece ser descrito como que “está bueno”, “espectacular”, “Esto es un regalo de los dioses para mí”; o por el contrario, inventarme palabras para aumentar el inventario del vocabulario que se ocupa en describir la normalidad de las cosas. Pero a ojos de alguien de hoy, qué triste sería contar que te has comido una hamburguesa como otra cualquiera y que tu vida es absolutamente corriente.


El sano juicio está en saber diferenciar en uno mismo el complejo de mediocridad y conformidad con la desmesurada exageración que ha llevado a esta espiral, que repito, me tiene perdido.