21 septiembre 2010

Reconexión


Me habré dejado mordisquear por el diablo de Lucifer mientras estuve de vacaciones por aquellas tierras escandinavas con mis temporales quehaceres, que ni yo mismo pensé disfrutar con tanto ímpetu. Hoy, ya sé que no me llevó con él en su horno estomacal, pero no muchos días atrás estuvo a punto de tragarme de un bocado colgado de mis tobillos sujetos a sus garras. El bueno del diablo Lucifer me vino a visitar a Dinamarca cuando más creí estar protegido para cualquier desestabilizante.


Allí en mis vacaciones me encontraba con mi tranquilidad de haber concluido un buen año de logros personales que me habían hecho temporalmente feliz. Una felicidad de apreciar, que sólo en mis cinco minutos presueño podía disfrutar mientras miraba la tela impermeable que me cubría de la lluvia que caía sobre mi tienda de campaña. Una felicidad, de saber que yo servía para mí mismo. Felicidad cuando me paraba a pensar sobre lo alto que eran mis aspiraciones. Podía claramente soñar de forma sana sueños saludables.


Los días pasaban con mi cabeza cada vez más en “stanby”. Había decidido que mi estancia allí tenía además de objetivos materiales a cumplir, un fin de desconectarme de todas mis preocupaciones sin reducir mi gran motivación para llegar con ganas a la universidad. Aunque allí apareció uno de los tres diablos más importantes del mundo satánico; y me encontró.


Vino disfrazado de ángel mostrándome todos sus trucos, que a la vez me enseñaba. Me mostró según él, el mundo de las artes. Teníamos tiempo suficiente para jugar juntos vendiendo, haciendo caricaturas, bailando, cantando, creando con las manos, pitando,...Pero sobre todo me agarraba de manera brusca el mentón y me forzaba a mirarme. Quería que me diera cuenta de que lloraba de la risa, sonreía y era feliz. Con el tiempo me atravesó el ángel con su mano a través de la nuca con dos dedos que perforaban mis ojos y guiaban mi mirada. En esos momentos veía gente sonriéndome, la cartera llena, las chicas junto a mí, mis manos limpias de trabajar. Todo eso era cierto, era una constante felicidad en mi desconexión. Pero ese ángel dejó la paciencia en el infierno y en un pestañeo ardiente me puso en un cielo subterráneo, a un lado de una mesa inexistente con una sombra sonriente al otro y con un contrato entre medias de los dos, en el que ponía: El Señor Leandro Ruiz Boyle está conforme con la venta de su alma a cambio de los servicios prestados por Lucifer, sin intereses, ni comisiones.


Ahora entiendo los dibujos animados cuando a un personaje le aparecen un diablo y un ángel a los lados de la cabeza y le intentan convencer de que tomen decisiones opuestas. No llegué a firmar. Un ángel me habló y me persuadió con una efectividad del cien por ciento logrando que yo dejase caer la pluma y manchara todas las nubes de mi sangre anémica de sentido común.


El ángel de mi conciencia me afirmó que yo era feliz, pero que esa felicidad no era sostenible, que tan sólo era ilusoria. Quiso hacerme saber que debía tener en cuenta que yo estaba de vacaciones y que la felicidad que lograba era el resultado de acciones a corto plazo. Me asentó y consoló explicándome la normalidad de los efectos que producen las seducciones del diablo. Que debía recordar si de verdad quería seguir logrando mis sueños o quedarme de vacaciones toda mi vida sin soñar.


Pasé un tiempo muy amargado de no saber quién era, de cuánto tiempo pasaría hasta desistirme ante las seducciones o si me arrepentiría de la decisión que llegara a tomar. La verdad es que no me lo dejaban nada en bandeja y el tiempo pasaba sin uno mismo saber qué hacer.


Al final, en uno de los últimos días de mis vacaciones y en un momento bastante imprevisto, mientras me quitaba las virutas de cera fundida creadas en los ojos cuando uno duerme, sentí ser la persona más feliz de los mundos y no era porque soñara ni porque me estuviese besando con una chica preciosa; francamente no era por eso. Era feliz de no haber dudado de quien era, o de lo que otros decían que yo era: si el Leandro que iba de camino a la universidad, o el Leandro que vivía en un bosque contemplando los patos. Pues era el que se levantó ante el diablo y el que le empujó al ángel frente a él y les dijo: Lo siento, pero no voy a hacerle caso a ninguno.


No sabía si el ángel que me hablaba era también, como exageración exagerada, otro diablo. Quise saber si cabría la posibilidad de que el diablo fuese en realidad un ángel. Pero dudé de ellos y me escuché a mí mismo y acabé tomando la decisión. Quiero seguir siendo feliz. Y por ello, llegué a la conclusión de que necesitaba un equilibrio, cosa que ellos no me ofrecían, por lo que hice un pacto con el diablo y otro con el ángel, en el que mi propia alma se negaba a ser entregada, pero que no se negaba a compartir su tiempo con ellos de forma moderada y que se respetase una igualdad de forma equitativa. Pues sin ser uno mismo, no quería otra felicidad si no tengo la principal, la de ser feliz por ser quien soy.


PD: Gracias por la pregunta Francis A.

1 comentario:

  1. Bueno son preguntas que se hacen en momentos delicados no? Siempre digamos que intentamos que nos den una respuesta a sabiendas incluso de que solo nosotros podamos resolverla y que los otros simplemente puedan mirarnos o darnos su opinion sobre la felicidad. Gracias a ti Leo XD

    ResponderEliminar