26 octubre 2010

Actualízate

Espere unos minutos para que el proceso de actualización termine y usted pueda disfrutar de todas las últimas actualizaciones de…, tiempo restante 20 segundos…, quedan 5,..4,…3,…2,…1. Ya usted puede disfrutar de la publicación que se te ha cargado en la pantalla. Ahora mandarinas azules funciona mucho mejor.


Actualicemos las ideas que nos conciernan y veamos que aparece en pantalla frente a vosotros, la palabra ACTUALIZACIÓN. ¡Vaya! Justamente es un asunto que quiero consumir. Y es que esto de las actualizaciones trae consigo mucho de qué hablar entre mis huesos (parental, frontal, temporal, occipital), y que por consiguiente me lleva a plantearme unas preguntas que no escondo ante ustedes. Que son las siguientes:


¿Habré actualizado algo que junto a él, el cambio haya rozado mi desinterés? La verdad es que sí. No podría contar la de número de veces que una actualización me ha hecho perder prácticamente minutos de mi vida para que luego el resultado de dicha espera fuese algo como que mis pestañas del navegador de internet ya no tengan las esquinas cuadradas y que tuvieran un color gris, aparentemente un color triste; sino que ahora son super porque su apariencia ha cambiado en un 0,23 % en cuanto a su forma y tienen unos colores claritos muy monos que antes no figuraban. Pues yo no me figuro el pensar que he perdido 3 minutos de mi vida en dicha mariconada, que aunque pueda decir que estuve haciendo simultáneamente otras tareas, no quita que estuviera esperando, cosa que a mí no me produce ninguna gracia. A veces los costes son mayores a los beneficios.


De todo lo que actualizo… ¿utilizo todo? Pues la cosa es que no tengo ni idea de por qué le di una vez a aceptar a algo que ni sé cómo se llamara y veo que ha día de hoy jamás me volvió a aparecer. No quiero quedar de ignorante y me adelanto a deciros que no me refiero a aquellas actualizaciones que son para el mejoramiento del funcionamiento del ordenador, que eso sí que entiendo que sea normal que no retornen a visitarme. Me refiero a aquellas aplicaciones que uno le da a aceptar por la pura inercia y se descarga una aplicación, del photoshop por ejemplo, y la persona se permite de antemano calcular lo que durará en bajárselo, imaginarse lo que hará con la aplicación, esperarse por ello,.... En resumidas cuentas, que dicha aplicación nunca llegas a utilizarla, y a veces no porque no la llegues a necesitar, sino que desconoces su ubicación o existencia. O como en el caso de la aplicación del photoshop lo utilizas para entretenerte jugando con algo nuevo, o en peor caso simplemente satisfacerse de poseerlo.


¿Será rentable bajarme esta actualización? Al ritmo al que vamos, siento decir que llegará al día en el que las actualizaciones se notifiquen mediante una pantalla externa al ordenador por la cual un aviso nos ofrecerá que aceptemos actualizarnos demandando un dedo en la pantalla, por lo que deduzco que sería táctil. Así será cuando nuestra pantalla esté completamente aburrida de ser interrumpida por esas ventadas de aviso. Este fenómeno de estar a la última nos tiene metidos en un círculo vicioso, que llevado a la distorsionada exageración la persona metida en ella llegará a utilizar más tiempo descargando actualizaciones que en emplearlas, si es que le queda tiempo hasta que vuelva a aparecer otra.


¿Qué es lo que nos lleva a actualizarnos? Actualmente, no lo sé, pero sí que puedo compartir mi hipótesis que he razonado a priori de escribir. Tenemos que tener claro que partimos del punto del que también es necesaria la actualización si no queremos que nuestro sistema se quede obsoleto ante mejores o perfeccionadas herramientas de trabajo. Sería pensar en la existencia de un factor adictivo a ello. Contemplo la posibilidad de que quienes suelen actualizarse con frecuencia reciben una buena sensación al completar el proceso de actualización, como si se hicieran la idea de que la actualización forma parte de su lista de tareas y cada actualización fuera un tachón en esa lista consiguiendo la similar sensación de desestrés que obtenemos al hacer dicho tachón. Sería una pena que las personas fueran enterradas vivas creándoles necesidades en cantidad abrumadora incapacitando la autoreflexión de su situación o, peor aún, quitándoles el tiempo para ello.


PD: Manifiesto mi adicción a ello, mi voluntad de moderarme y la diminuta dimensión del tamaño de la cuestón.

13 octubre 2010

Lo conocí en el metro



Se abren las puertas del metro que recién acaba de frenar tras una contenida utilización de los frenos, y estamos casi en el final de unas largas escaleras mecánicas situadas a tres metros de la vía. Tres metros que son paseados deprisa evitando el cerrar de las puertas en el que Tom a punto es de ser cruelmente dividido en dos. Ya dentro y sometidos a la inercia del silencio colectivo, también sentados el uno próximo al otro, nos disolvemos en el dictado de enumerar nuestros problemas muy egoístamente y atendiendo con la mirada cada uno de quienes nos conforman masa, a la espera de que una anomalía social irrumpa en el dictado.

Los cristales se quedan viudos de la imagen de la estación de Wealdston (Londres) y pasan a un luto en el que me veo reflejado, Tom se ve reflejado; los dos vemos, que nos vemos reflejados. He ahí cuando el reflejo de Tom me miró y lanzó el interrogante ¿Why are they all so quiet?

Ello fue justamente lo que se necesitaba para afirmar, que este viaje en metro no sería un simple y constante cambio de ritmo en un trayecto futuramente rutinario que a Tom le tocaría emprender. No, sino un viaje en el que Tom, por primera vez y última, comunicará sus pensamientos en un metro como un disco virgen, confuso y sin la menor idea de que se atiene a un fuego que le rodea y que próximamente lo desvirgará de lo que era.

Controlamos el desequilibrio producido por la desaceleración y juntos vemos como las lunas retoman otra imagen. Es la estación de Kelton, donde el aire se respira de igual forma en todas las estaciones. Desde el exterior del vagón nos facilitaron la finalización del primer trayecto de Tom, donde las influencias de los demás cambiaron a Tom mi hijo, por un "Tom Tomás"...Volvieron a cerrar las puertas y mientras ascendiamos a la salida por el túnel se fue la prueba del recuerdo.