Hay algo que no funciona bien, alguna pieza debe estar suelta, floja o falta. Como puede ser que, para que yo me sienta en la necesidad de recordarme cada día que debo procurar estar bien, que mi objetivo a diario sea recordarme que quiero ser feliz, que es por lo que debo luchar. Es la razón por la que trabajamos realmente todos para cada uno de nosotros.
Te escribo desde el aula de clase política mientras damos el totalitarismo, centrándonos especialmente en la degradación de las sociedades debido a la desconfianza entre las personas a las que somete el modelo de régimen pre-estatal.
Creo que estamos los dos echándonos de menos. Pero los dos sabemos que tenemos unas metas académicas y personales por las que continuamente nos reconocemos y que con ello justificamos todo lo demás que podamos estar viviendo, disfrutando o sufriendo.
Probamos contar a todo quien se cuza ante nosotros nuestras ilusiones, nuestros planes, nuestro destino. Nos esforzamos en convencerlos de qué no haremos nunca, de a donde no vamos, de lo que queremos ser; y de paso nos convencemos a nosotros mismos.
En ocasiones pruebo anotar, escribir, señalar, enmarcar frases que identifiquen aquello que me hace ser quien quiero ser, no sé si a ti también te pasa. Frases como “Never give up on things that make you smile”. Pero que sinceramente entiendo que acabemos frente a la frase leyendo lo que pone y llevándonos a tener un escalofrío por la insensible reacción ante ella.
Lo sé, sé que tú también estarás preguntándote para qué luchamos tanto y nos recordamos esforzarnos para estar bien, cuando carece de sentido, que todo lo contrario, el sentirnos mal, se nos ofrece de forma sencilla y no requiere de esfuerzo. Fíjate que nadie escribe frases como “depresión da toda solución”.
Cuenta a mí favor que es quien percibe su estado de ánimo el que no diferencia en qué lado de la balsa está, porque no se da cuenta de que donde se encuentra el único lugar donde alcanza el mástil para no caer en la tormenta del viaje es donde ya está. Aunque toda tripulación insiste en llegar a un extremo de la superficie flotante no sabiendo que se desestabilizará la balsa llevando a todos al hundimiento y no antes a tierra.
También sé que sería estúpido que te mandara esta carta y ni siquiera te diga lo que de verdad nos importa, el cómo estamos. Ya me dirás tú cómo estás. Yo no te diré de antemano nada, te digo que estoy aprendiendo a como no estar mal y desaprendiendo como estar bien. Vivo el presente y soy feliz.
PD: Mándame la carta de respuesta a clase de Formación de la Teoría Política que lo más seguro es que estemos, cuando llegue la carta, dando a Maquiavelo y sus consejos a los gobernantes. Y qué mejor contrastar tu respuesta con los consejos de él para aplicármelo como gobernante de mi mismo que soy. Un abrazo enorme, cuidate.
Espere unos minutos para que el proceso de actualización termine y usted pueda disfrutar de todas las últimas actualizaciones de…, tiempo restante 20 segundos…, quedan 5,..4,…3,…2,…1. Ya usted puede disfrutar de la publicación que se te ha cargado en la pantalla. Ahora mandarinas azules funciona mucho mejor.
Actualicemos las ideas que nos conciernan y veamos que aparece en pantalla frente a vosotros, la palabra ACTUALIZACIÓN. ¡Vaya! Justamente es un asunto que quiero consumir. Y es que esto de las actualizaciones trae consigo mucho de qué hablar entre mis huesos (parental, frontal, temporal, occipital), y que por consiguiente me lleva a plantearme unas preguntas que no escondo ante ustedes. Que son las siguientes:
¿Habré actualizado algo que junto a él, el cambio haya rozado mi desinterés? La verdad es que sí. No podría contar la de número de veces que una actualización me ha hecho perder prácticamente minutos de mi vida para que luego el resultado de dicha espera fuese algo como que mis pestañas del navegador de internet ya no tengan las esquinas cuadradas y que tuvieran un color gris, aparentemente un color triste; sino que ahora son super porque su apariencia ha cambiado en un 0,23 % en cuanto a su forma y tienen unos colores claritos muy monos que antes no figuraban. Pues yo no me figuro el pensar que he perdido 3 minutos de mi vida en dicha mariconada, que aunque pueda decir que estuve haciendo simultáneamente otras tareas, no quita que estuviera esperando, cosa que a mí no me produce ninguna gracia. A veces los costes son mayores a los beneficios.
De todo lo que actualizo… ¿utilizo todo? Pues la cosa es que no tengo ni idea de por qué le di una vez a aceptar a algo que ni sé cómo se llamara y veo que ha día de hoy jamás me volvió a aparecer. No quiero quedar de ignorante y me adelanto a deciros que no me refiero a aquellas actualizaciones que son para el mejoramiento del funcionamiento del ordenador, que eso sí que entiendo que sea normal que no retornen a visitarme. Me refiero a aquellas aplicaciones que uno le da a aceptar por la pura inercia y se descarga una aplicación, del photoshop por ejemplo, y la persona se permite de antemano calcular lo que durará en bajárselo, imaginarse lo que hará con la aplicación, esperarse por ello,.... En resumidas cuentas, que dicha aplicación nunca llegas a utilizarla, y a veces no porque no la llegues a necesitar, sino que desconoces su ubicación o existencia. O como en el caso de la aplicación del photoshop lo utilizas para entretenerte jugando con algo nuevo, o en peor caso simplemente satisfacerse de poseerlo.
¿Será rentable bajarme esta actualización? Al ritmo al que vamos, siento decir que llegará al día en el que las actualizaciones se notifiquen mediante una pantalla externa al ordenador por la cual un aviso nos ofrecerá que aceptemos actualizarnos demandando un dedo en la pantalla, por lo que deduzco que sería táctil. Así será cuando nuestra pantalla esté completamente aburrida de ser interrumpida por esas ventadas de aviso. Este fenómeno de estar a la última nos tiene metidos en un círculo vicioso, que llevado a la distorsionada exageración la persona metida en ella llegará a utilizar más tiempo descargando actualizaciones que en emplearlas, si es que le queda tiempo hasta que vuelva a aparecer otra.
¿Qué es lo que nos lleva a actualizarnos? Actualmente, no lo sé, pero sí que puedo compartir mi hipótesis que he razonado a priori de escribir. Tenemos que tener claro que partimos del punto del que también es necesaria la actualización si no queremos que nuestro sistema se quede obsoleto ante mejores o perfeccionadas herramientas de trabajo. Sería pensar en la existencia de un factor adictivo a ello. Contemplo la posibilidad de que quienes suelen actualizarse con frecuencia reciben una buena sensación al completar el proceso de actualización, como si se hicieran la idea de que la actualización forma parte de su lista de tareas y cada actualización fuera un tachón en esa lista consiguiendo la similar sensación de desestrés que obtenemos al hacer dicho tachón. Sería una pena que las personas fueran enterradas vivas creándoles necesidades en cantidad abrumadora incapacitando la autoreflexión de su situación o, peor aún, quitándoles el tiempo para ello.
PD: Manifiesto mi adicción a ello, mi voluntad de moderarme y la diminuta dimensión del tamaño de la cuestón.
Se abren las puertas del metro que recién acaba de frenar tras una contenida utilización de los frenos, y estamos casi en el final de unas largas escaleras mecánicas situadas a tres metros de la vía. Tres metros que son paseados deprisa evitando el cerrar de las puertas en el que Tom a punto es de ser cruelmente dividido en dos. Ya dentro y sometidos a la inercia del silencio colectivo, también sentados el uno próximo al otro, nos disolvemos en el dictado de enumerar nuestros problemas muy egoístamente y atendiendo con la mirada cada uno de quienes nos conforman masa, a la espera de que una anomalía social irrumpa en el dictado.
Los cristales se quedan viudos de la imagen de la estación de Wealdston (Londres) y pasan a un luto en el que me veo reflejado, Tom se ve reflejado; los dos vemos, que nos vemos reflejados. He ahí cuando el reflejo de Tom me miró y lanzó el interrogante ¿Why are they all so quiet?
Ello fue justamente lo que se necesitaba para afirmar, que este viaje en metro no sería un simple y constante cambio de ritmo en un trayecto futuramente rutinario que a Tom le tocaría emprender. No, sino un viaje en el que Tom, por primera vez y última, comunicará sus pensamientos en un metro como un disco virgen, confuso y sin la menor idea de que se atiene a un fuego que le rodea y que próximamente lo desvirgará de lo que era.
Controlamos el desequilibrio producido por la desaceleración y juntos vemos como las lunas retoman otra imagen. Es la estación de Kelton, donde el aire se respira de igual forma en todas las estaciones. Desde el exterior del vagón nos facilitaron la finalización del primer trayecto de Tom, donde las influencias de los demás cambiaron a Tom mi hijo, por un "Tom Tomás"...Volvieron a cerrar las puertas y mientras ascendiamos a la salida por el túnel se fue la prueba del recuerdo.
Miau, mi nombre es Punky Bruster, sí, soy yo, la de la foto; y estoy aquí para contaros el resumen de mi vida, que he acabado hace tan solo un mes cuando fallecía en el patio de mi casa con 16 años humanos. Os lo detallaré todo en un momento de forma no muy detallada para que no os canséis, qué sé, que por aquí los que leéis este tipo de cosas sois personas y no animales. Si fuerais perros seguro que os entremecería vuestro sistema nervioso y originaríais una gran cantidad de saliva canina haciendo tiempo en lo que cuento dónde está mi cuerpo sepultado.
En cuanto recuerdo, nací en el sur de Tenerife, concretamente en Los Cristianos. Allí una amarga felina, mi madre, nos parió a todos mis hermanos y mí entre cómodas cobijas de bolsas de basura y música clásica proveniente de los tubos de escape del tráfico que circulaba sobre mi parque donde hacía ejercicios. La relación familiar era muy parecida a un rollete de una noche porque, un día me dejó chuparle las tetas sin saber su nombre -leche que por cierto sabía amarga resultado de la dieta desequilibrada de la basura- y al siguiente día me dejó despertarme sola sin despedirse para siempre. No me preocupó mucho la depresión que vino contigua a la huerfanidad. Morí de depresión al instante, sin embargo pensé: me quedan 6 vidas y no les pretendo llorar.
Volví a nacer, ese mismo día en el que la desaparecida Margot me abandona -sé que no es su nombre real, pero se le asemeja al amargo de su leche-, cuando dos bolsas cargadas de sensibilidad trajeron unos restos de comida entre sábanas negras; y se percataron de mi juventud. Habría preferido que me hubiesen aupado entre sus brazos, pero me conformé en el momento con que me elevasen pinzándome mal por mi espalda con dos dedos asqueados, porque, aún residiendo tan sólo un día en ese punto de residuos, mi cola sabía que quedarse ahí, no me prometía una vida en la que pudiese conservar un pelaje que la vida merecía. Por lo que, sabiendo esto, densifiqué todas mis preocupaciones en que pudiesen apreciar la sonrisa más simpática posible. Se endulzaron y lo conseguí .El hombre y la mujer decidieron llevarme consigo a su guarida, algo que yo muy felizmente acepté.
Maullé de alegría al ver mi nuevo hogar. Era la casa de mis sueños. Tenía comida y agua, un lugar fijo donde pasar la noche con favorables sábanas que cumplían su función; hilos de ropa sobresaliendo de los armarios a un salto de mi cama si quisiese jugar con ellos, e inclusive se me ofrecía una limpieza completa, o sea, con peinado y demás cursiladas. Pero, como le pasa a mi amigo Silvestre, el que fuera donde fuera los problemas le “florecían”, siempre hay un diablillo que te hace la vida imposible, y en mi caso eran dos: Steven y Leo. Unos niños de Satanás, que en un principio me cuidaron como a una más de la familia…¡Hasta que se hartaron de mí! Y a partir del corto principio, los malditos no cesaban para detener de torturarme tirándome de las piernas como si fuera un martillo olímpico y dándome las correspondientes vueltas en el aire hasta quitarme otra vida, mas encontré la forma de vengarme. Por las noches se levantaban a oscuras para ir al baño y mientras atravesaban el salón, era el momento en el que apresaba con mis garras sus delgadas piernas para resultar con gritos que me daban la victoria. Cómo sumamente me regocijaba bajo la mesa cuando los oía llorar y verlos retornar a la cama corriendo. Al final "miauburrí" de ello, y ellos de mí.
Mi rutina se estableció en un apartamento de Guaza. Salía cada día al balcón delantero a espiar sin disimulo los gatos y perros del vecindario mientras mi pelo se calentaba con los rayos del sol, así cuando Alison llegara a casa y se tumbara en el sofá, me acariciase por una sensacional cantidad de tiempo. A todos les encantaba deslizar sus manos por mi cuerpo en caliente. Después solía irme un ratito al balcón trasero a cotillear lo que los vecinos domésticos tenían que decir sobre la prensa felina -quien sabe si algún macho fortachón se alojara en algún escondrijo del pueblo-, saber si les sacaban a pasear, si les llevaban a el veterinario,…No podría quejarme de mi ubicación, me enteraba de todo. A veces tras cotillear y en coincidencia con la hora de comer me iba corriendo a rogar una loncha de jamón cocido o si tenía suerte a darme un yogur. Una vez me quitaron otra vida al servirme comida de perros…Porque estaba de oferta en la tienda. Entonces, después de toda mi rutina, cogía y me iba al cuarto de los chicos a tumbarme en la cama de Leo antes de que él llegara del colegio y cerrara la puerta el hermano y no me dejara disfrutar de sus caricias que me hacía por detrás de las orejas y debajo del mentón. Era muy divertido estar con él, me hacía mucha gracia verle intentar hablarme en mi idioma y verle pensar que yo le entendía. En realidad sí que era verdad que nos entendíamos, no por que intentase hablar gato, sino por la expresión de su cuerpo y la mirada.
Os creéis que no salía nunca, ergo es erróneo pensar eso. Yo solía salir mucho, hasta que un día un bienaventurado macho me puso en camino a criar cinco gatitos. Creo recordar haber tenido un embarazo, no tan largo como el de la vecina, pero sí especial. Al contrario que Margot, mi madre, los tuve en un lugar higiénico, como es el armario de mi ama, y bajo la supervisión de la matrona, la noche. A la mañana siguiente la casa entera se puso en pie y yo estaba tan cansada de hacer de madre, que decidí no seguir ejerciendo y les dejé coger mis hijos, revueltos en salsa de tomate natural, de la misma forma que me cogieron a mí the first time -un poco de inglés tengo mostrar, sino vaya bobería vivir con una familia bilingüe-. Y duramos unas semanas, en las que me recuperaba. Todos felices. Jamás habíamos sido tantos en la familia. Pese a ello, sabíamos todos, que no podían quedarse y que tendríamos que decirles adiós. Con ello me quitaron la vida una vez más, no obstante, esta vez yo fui partícipe. Al menos ellos sí tuvieran la suerte de saber el nombre de su madre.
Pasaron los años e intercambiamos de casa. Le dije adiós a todas las esquinas que marcaban mi territorio y a todas mis vivencias que se produjeron en tal piso. Pasé hoja, leí y me adentré en una casa mejor, un chalet, donde podía correr más de 3 segundos sin tener que cambiar de dirección, donde las mariposas volaban cerca del césped, ignorantes de mi arte de cazar; donde el sol lo podía coger en cualquier lugar que quisiese y más tiempo estar en un mismo sitio aburriéndome de estar aburrido de aburrirme cuando me aburro de aburrirme; donde me podía subir a los árboles y mirar la mar de escondites de roedores que próximamente comería; donde podía presumir ante mis vecinas de no tener vecinas si las tuviese…Una chulada, que como os podéis imaginar, y vuelvo a recordar a Silvestre, nada es perfecto. Llegó un nuevo humano a instalarse de paredes para dentro. El nombre que dicha criatura horripilante le fue concedido, es el de Alison Junior. Quién me iba a decir, que una niña tan indefensa tuviera el poder de adornar mi vida de oscuras pesadillas, que no iban a juego con los sueños que tenía en mi tranquilidad. Mi comida pasó a estar al aire libre, ya no podía entrar a mi propia casa, por lo que ya nadie me acariciaba; me dejaron de comprar regalitos por culpa de los gastos de esa mocosa; Así mismo, todo se fue modificando en un despliegue de injusticias. ¡Yo llegué primera¡ Esta vez, yo me suicidé.
Me quedaba un vida y tenía que cuidarla requetebién si pretendía abandonar esta vida por viejita. Y me acostumbré a la idea de tener que vivir a sabiendas de que nunca más volvería a estar dentro de mi casa. Lo que nunca me imaginé es que esa familia me trajera una perra llamada Luna -como si yo necesitase con mi edad un cachorro con el que jugar-. Pues “esa perra” convirtió la poca tranquilidad que me quedaba en los pocos metros de césped, en los que entonces me dejaban estar, en un martirio constante. Sí era verdad que llegué a enseñarle a base de arañazos, que no tenía que intentar hundirme la moral molestándome, y más encima, para que juegue a la pillada con él -lástima que nunca llegué a quitarle un ojo-. Con el tiempo cogí costumbre y me habitué, también, a vivir entre excrementos de perro. Pero, por si nadie se hubiera dado cuenta de que ya bastaba con hacerme sufrir, a uno de los chicos, ya mayores muchachos, le dio por comprar un Piy-bull y meterlo en casa. ¿En qué estaría pensando? Pues no voy a mentirles, yo me subí al tejado maramamiau miau miau, y sentadito me puse triste y azul a la espera de que la bestia se durmiese y me dejara comer. Yo tenía la esperanza de que eso ocurriera, pero poco a poco la fui perdiendo junto a los kilos ¿Y qué más queréis que os cuente? No pasó nada más, nada se le sumó. Bajé el día que me quedaban las suficientes fuerzas para comer y cuando toqué el piso me dio un desmayo y ahí me quedé, dormida elevada a infinito.
Aunque, ¿porqué sigo hablando? ¿Es esto un sueño? ¿Los gatos soñamos? Pues no. La respuesta está en que los gatos tenemos 8 vidas, aunque las canciones digan lo contrario y yo sólo haya mencionado 7 muertes mías. Lo cierto es que sigo viva, mi cuerpo probablemente esté siendo triturado por las máquinas de una instalación de recogida de basura -lo siento por los perros que han leído esta entrada-, pero yo sigo viva y está ultima vida la estoy viviendo en absoluta tranquilidad y coleando de otra manera. Creedme, sino no os estaría contando todo esto desde el corazón de mi familia.
Sé muy bien quién soy, pero no sabría como decíroslo aún. Con el tiempo este blog personal tendrá ese objetivo de contároslo por mí. Pero os puedo dar pistas como que mi nombre es Leandro, tengo 21 años y soy estudiante universitario.