13 octubre 2010

Lo conocí en el metro



Se abren las puertas del metro que recién acaba de frenar tras una contenida utilización de los frenos, y estamos casi en el final de unas largas escaleras mecánicas situadas a tres metros de la vía. Tres metros que son paseados deprisa evitando el cerrar de las puertas en el que Tom a punto es de ser cruelmente dividido en dos. Ya dentro y sometidos a la inercia del silencio colectivo, también sentados el uno próximo al otro, nos disolvemos en el dictado de enumerar nuestros problemas muy egoístamente y atendiendo con la mirada cada uno de quienes nos conforman masa, a la espera de que una anomalía social irrumpa en el dictado.

Los cristales se quedan viudos de la imagen de la estación de Wealdston (Londres) y pasan a un luto en el que me veo reflejado, Tom se ve reflejado; los dos vemos, que nos vemos reflejados. He ahí cuando el reflejo de Tom me miró y lanzó el interrogante ¿Why are they all so quiet?

Ello fue justamente lo que se necesitaba para afirmar, que este viaje en metro no sería un simple y constante cambio de ritmo en un trayecto futuramente rutinario que a Tom le tocaría emprender. No, sino un viaje en el que Tom, por primera vez y última, comunicará sus pensamientos en un metro como un disco virgen, confuso y sin la menor idea de que se atiene a un fuego que le rodea y que próximamente lo desvirgará de lo que era.

Controlamos el desequilibrio producido por la desaceleración y juntos vemos como las lunas retoman otra imagen. Es la estación de Kelton, donde el aire se respira de igual forma en todas las estaciones. Desde el exterior del vagón nos facilitaron la finalización del primer trayecto de Tom, donde las influencias de los demás cambiaron a Tom mi hijo, por un "Tom Tomás"...Volvieron a cerrar las puertas y mientras ascendiamos a la salida por el túnel se fue la prueba del recuerdo.

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