07 enero 2012

Por fin, Madrid




Estoy sentado en la mesa número seis de una de las cafeterías del aeropuerto de John Lenon. Aunque no me lo crea mucho, he decidido volver a escribir mi trayecto de vuelta a casa en avión, como una vez hice, hace ya bastante tiempo.


La compañía que he escogido esta vez es Easyjet, porque es igual de barata q la famosa bazofia de Ryanair, pero esta, al menos, me da garantías y algún que otro regalo.


Paro de teclear para ojear la hora y veo que es hora de dejar las vistas a la pista de despegue e irme en busca de la puerta de embarque sobreviviendo a la multitud de tiendas que se despliegan a lo largo de lo que hay entre la entrada y subirse al avión. Con sus nuevos y sorprendentes trucos de marketing. Hoy no dejaré que me engañen.


No hay nada en la pantalla de avisos y tendré que sentarme ahí, junto a esa señora que me está mirando con una cara que no consigo descodificar. No sé si está encantada con la cirugía plástica que le han hecho, o por el contrario intenta convencerme de unirme al guetto. Siempre suele doler entrar en una secta, y esta no se queda atrás. En cualquier caso, me sentaré como un cieguito y hare caso omiso a la invitación.


Suspiro y el número de la puerta sigue sin aparecer, a duras penas me persuade con un mensaje subliminal: Eat, drink, shop & Relax.



Justo lo que iba a hacer.


La puerta 10 es la que me ha tocado. Apunto estoy de entrar. Ya está todo el mundo en cola. Están en espera desgastando su paciencia por entrar. A todo esto, veo que está todo el mundo de la cola, mirándose los unos a los otros de reojo, y como dejando claro ante los demás su procedencia, haciendo uso ferviente de su lengua; como dando a entender que regresan a casa – ¡A partir de ahora somos nosotros los que os joderemos!-. Es un fenómeno que se da también al parar el avión, a la hora de recoger el equipaje de mano. El placer de llamar la atención justificadamente. Escribiré una tesis de ello después de mirar fijamente a un subnormal que me mira con la intención de confirmar mi habla española. Voy a dejar de escribir, que tengo que vacilar con la presencia del peso de mi equipaje de mano. Nos vemos en el avión. Hasta ahora…


Tenía que haber luchado por entrar el primero o pagado (Speedyboarding), porque me ha tocado, siendo el último, un asiento en la salida de emergencia. "Los últimos serán los primeros"-espero que no tenga que emplear la frase mientras abro la ventanilla y salte del ala encendida por una aurora de fuego-. Un asiento que me permite sentarme como una persona de 1,50 cm de altura cuando viaja en cualquiera de los demás asientos, sin retorcerme para proteger las rodillas de unas varillas que tienen los asientos delanteros.


Iba a decir algo, pero mi entrañable acompañante, que no me deja mirar por la ventanilla para ver, me ha preguntado la hora "en español". Este inglés ha hecho sus deberes y confirma mi teoría de que en los viajes es importante reconocer quien va y quien vuelve.


Le he mostrado la pantalla del móvil con el que narré mi primer viaje y se me ha olvidado lo que iba a decir.


Acabo de descubrir una cosa: las ventanas de las salidas de emergencia cierran la entrada de luz hacia arriba, al contrario que las demás, que la persiana baja. Interesante jajaja. Ya vamos a volar, hasta el próximo capítulo, que será a mucha altura y distancia de ahora; además, tengo que hacer mi ritual antes de despegar (leer primer vuelo).


Estoy en las nubes y aprovechando que mi compañero ha ido al baño, le sacaré una foto a la ventana. Que le chinchen (jodan). Y debo reconocer que hacen un gran trabajo humano las compañías de vuelo obligando a alguna que otra desgraciada a sonreír durante 2 horas y media que dura el vuelo. Lo digo porque sino ¿Cuándo una de estas personas sonreiría sino fuera por el trabajo? No respondáis. Bueno, creo que me pondré a comer un sándwich de jamón serrano liverpuliano (sabe al quinto cocido que haces con el mismo hueso de jamón) y me entretendré pensando en mis amigos, la cantidad de cosas que les pude haber comprado y lo felices que serían de haber recibido los regalos. Cuando alguno de ellos lea esto…jajaja. Me da la risa de pensarlo. A por el bocado…


Han pasado ya más de una hora desde que comí el sándwich. Estaba haciendo tiempo yendo al baño e investigando mi sentido del equilibrio, tanto orinando, como cuando paseaba por el avión para ello; estuve ojeando una revista de viaje y ya por fin sentí que la fase de aproximación comenzó. -Que ganas tengo de llegar a mi casa-.


Esta vez he de admitir que me encuentro extremadamente cansado. Nunca debí subirme en este avión. Os explico, este vuelo le compré ayer, es decir, perdí el mío hace dos días por pensar que viajaba ayer cuando estaba a punto de viajar en mi vuelo imaginario, por lo que he tenido que volar hoy y no ayer como imaginé o anteayer como debí. Lo sé, soy gilipollas, pero no tanto como el que está a mi lado, porque él además lo parece y supongo que no os habéis enterado de cuando viajaba tras leer este párrafo, pero la clave es volver a leerlo. Jeje.


Se ladea el avión muy poco y apenas siento que bajamos, la señal luminosa de los cinturones no se ha encendido. Aun así mis oídos perciben un cambio en el sonido que produce el avión, aparte se me han taponado. Suena como si hubiera fuera de la cabina de pasajeros una gran copa de cristal y un gordo inglés de culo liso y blanco pecoso, se deslizase por el borde circular de la copa y cada vez fuera más deprisa. Una niña intenta cantar un villancico, pero no reconozco cuál... Creo que está llorando.


El capitán nos indica que pronto aterrizaremos. Por última vez en el vuelo los baños cambiarán su lucecita a verde. ¡Ding! Cinturones. Los asientos ya no se pueden echar para adelante, porque las clases turista ya no tienen la opción de echarse hacia detrás. Sobras de Sándwich al bolsillo del asiento y plegar la bandeja…Tengo que dejaros, la azafata no entiende que tengo el teléfono en modo vuelo. La pobre confunde mi actividad de escribir con el fenómeno Wassap, algo que la primera vez que escribí en un avión no existía. Nos vemos abajo.



Más abajo, más abajo, más...



(Esta imagen no es mía, por si alguno...)


Al aterrizar en una ciudad más de una vez y mirar el aeropuerto, regala a tus ojos una combinación de la imagen de la primera vez que llegaste y de las misma vista que ves en el momento.


Por fin, Madrid.



2 comentarios:

  1. Sí!!!
    Bienvenido!!
    Tenía ganas ya de algo así.

    Y bienvenido a España también.
    Por cierto, me encanta cuando hablas de "tu casa". Ja!!

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  2. yo acabo de llegar XD, quería esperar a hoy para comentar por si me pasaba algo interesante en el viaje, pero fue de lo más monótono. Nos vemos por madrid my friend!!

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