06 noviembre 2012

Semana azul

                             


Eran las tres de la tarde y no acababa de enfriarse la comida. Yo tenía tan sólo un plato que entregar. Los nervios movían el talón de Don Fernando, arriba y abajo, arriba y abajo. El parquet, acristalado por la luz que se posaba sobre él, decoraba el ambiente de su llegada. Tarde era para ella llegar a casa sobre las dos, él esperaba a Doña Marta desde temprana puntualidad. Ya no soportaba su aire de descontrol y optó por imitarla y la mató. Sirvió el plato frio nada más sentir la corriente de aire caliente del exterior.

El lunes por la tarde parecían felices y Fernando sobretodo convencido de su suspicaz enamoramiento hacia Marta. No había noticia mejor en el pueblo que el amanecer del amor de la nueva pareja, que afloraba, y que afloraba, dando vida a la opinión romántica y conservadora de los vecinos.

El día precisó, era martes y ya todos aceptaron su invitación. ¡Su merced, allí estaré! Hasta los reposteros llegaron puntuales, e incluso pudieron probar la gran tarta que venía de acompañamiento a dos figuritas muy convencidas de su matrimonio. La merienda de los chóferes ya fue ofrecida e ingerida. ¿Habrá visto a la novia? La atmósfera llena de impaciencia, el próximo Don en el altar, aunque bajito, de puntillas ese día parecía estar.

Los miércoles siempre les llegan de madrugada desde que se casaron. Un interés común por las cañas les agradaba. Doña Marta tenía cada vez más sed de acudir al bar y Don Fernando cada vez más era saciado en menor permanencia dentro del local. La ley de Pepe, dice, que si un abrigo no mantiene el calor, debe ser cambiado. Pepe era el rostro que sujetaba un pegote de gomina y cabello. Algo que no se alejaba de ser anacrónico, aunque despertaba curiosidad en la clientela femenina local.

Cuando por fin podría considerarse que se les ofrecía una oportunidad para sentarse y hablar sin la inercia de comportamientos tradicionales, las cajas de mudanza entorpecían la usabilidad de la tarea y ocultaban el dónde sentarse. Cansados de todo ajetreo optaron por ofrecer descanso a los cuerpos agotados y agotadas mentes volviendo al bar. Dedocráticamente Pepe y “la casa” les invitaron a tomar de una botella arropada en polvo y de gran valor precedente sobre el sabor, que tras el primer trago quebró en bolsa, pero de mareos. Doña Marta remolcaba a su Don Fernando hasta casa y se despedía del jueves y de Pepe.

-Es que me gusta mucho poner música de mi tierra por la mañana, sino imposible que te planche las camisas. Así que, ya sabes, a acostumbrarse.

-Son las 7 de la mañana de un festivo. Deja las camisas que nos regaló la Nuria por la boda, apaga el ruido y métete aquí. Vamos a empezar bien el viernes. Tenemos que descansar, que esta noche promete. Vienen mis amigos a las fiestas del pueblo.

Fruñó el seño observando a un desconocido despatarrado en el lugar que iba a sustituir su lecho de los últimos 19 años. Desde una perspectiva desalmada, antes de saber que esa misma noche ante los amigos de su marido constataba como una medalla más que colgaba de la recién planchada camisa; tendió sus ilusiones con pinzas.

Le hacía gracia y no paró de reírse durante el breve tiempo que pasó con él a la vuelta del mercado. Las calles estaban patas arriba, los banderines barrían las calles al son del viento, los papeles guiaban sin ninguna pauta la mirada de los niños, los abuelos eran más de sábados por la mañana, los feriantes dormían en sus puestos, el sol daba gustillo a los gatos medio dormidos en las azoteas, las sombras se achicaban con el paso de la mañana, restos de churros, patatas y bebidas daban una irregular capa de laca al suelo  y Pepe le dio un beso…

… y la ilusión. Follaron como si supieran que no habría un mañana más allá de las dos.