27 diciembre 2011

La bufanda naranja






Erase una vez, una bufanda azul a la que le gustaban los cuellos delgados de tez morena, los contrastes de calor y frio, y le sobrecogía la pasión por conjuntarse con los abrigos negros. Cuando llegaba el invierno, le encantaba aparecer ante los ojos de Sir Boyle, quién siempre la recogía con una mano del estante en el que se exasperaba de no ser utilizada y se la ponía alrededor del cuello. Su tamaño a veces comprometía la habilidad del señor, por su indefinida talla: ni largo, ni corto. Era de dimensiones muy ajustadas al dueño. La soledad no le era un imperativo de desesperación, siendo la única bufanda en el rincón, pero sí que le dignificaba cuando se sentía útil absorbiendo esponjosamente el frio del cuello del señor.


Los jueves por la noche, de un año bisiesto del calendario chino, siempre y cuando los astros, de impertinentes, iluminaran una silueta del símbolo interrogativo sobre el escritorio de Sir Boyle, la bufanda no descansaba de cuestionarse el porqué de sus gruesas franjas de color negro, que la cubrían intermitente y regularmente a lo largo de su lanoso cuerpo. No entendía, cuando iba de paseo por los mares de aire frio por los que era forzada, que no hubiera en su travesía ninguna bufanda más a la vista con sus gruesas vírgulas que la diferenciaban del resto. El enigma persistió una temporada sin hallar respuesta.


De repente, un día, sin venir a cuento, por fin, se vislumbró, entre una multitud de cuellos abrigados, un guiño destinado a la percepción de la bufanda azul. Rápidamente Sir Boyle se giró, como si atendiera a la curiosidad de su fiel protector del resfriado y la bufanda tuvo su oportunidad de encararse ante… un decepcionante, aunque gracioso, nudo de corbata que buscaba llamar la atención con sus colores, como si abanderara al Reino Unido. Mas no era la respuesta a la pregunta filosófica, que el compañero de Sir Boyle se había preguntado.


El nudo de corbata, exento de preocupaciones morales, se alejó a paso de comerciante con aires de esos entes que contemplan el agua para comprobar que es incolora, apaciguando la necesidad de controlarlo todo. Se desplazó, dejando a la vista a una joven con una “sonrisa de ojos tristes”, que lucía una fachada de garganta desprotegida, de textura lisa y de olor de ensueño.


La bufanda azul quedó preocupada mientras Sir Boyle se percataba del peligro que corría la bella chica en pleno océano de baja temperatura, o al menos fue lo que pensó la bufanda. Resultó, que ya se conocían Sir Boyle y, presentada por ella misma en su saludo, Madam Caperucita. Pensó en la descabellada idea de aprovechar una ráfaga de viento para elevarse y, en un esfuerzo de elasticidad, enrollarse en el cuello de Madam C. La distancia que los separaba era demasiada para acometer la pensada artimaña. Por el tono de la conversación y el sudor que empezaba a llenar el algodón de la bufanda, debido a los nervios, la bufanda pudo comprender que era más probable que el Sir y la Madam acabaran enrollados antes de que la bufanda azul lo estuviera con el cuello de ella.


Madam C. irradiaba un peculiar interés por la bufanda azul reflejado en impredecibles miradas de reojo, aunque insatisfecha la bufanda por la escasa atención prestada en comparación con la que recibía el Sir, podía ver cómo la mente de la figura femenina se perdía a causa de los estímulos que al Sir Boyle le proporcionaba cuando las dos siluetas de unían por los labios de los dos.


Se acomodó en su rincón de la habitación la bufanda azul, tras apagar la vela encendida por Sir Boyle nada más llegar acompañado al dormitorio. La bufanda azul comenzó a comprender el sentido de la existencia, convencida de no cometer yerro en su visión. Delegó toda su ansiedad en una idea: todas las personas (o cosas) son piezas y no hay puzle de una pieza.


Se volvió a encender la vela que se ahogaba con la luz del alba que entraba por la ventana, la cual estaba marcada por un símbolo de interrogación con gotas del rocío de la mañana. La bufanda azul se despertó estirando su extensa figura con ayuda de las manos de Sir Boyle, y mientras bostezaba no se percataba de la señal en la ventana. Sir Boyle terminó de vestirse abrigándose el cuello y abrió la puerta junto a Madam C. deseoso de un alegre paseo entre los árboles invernales junto a ella. Pero al abrir la puerta una pequeña y oscura figura humana cortaba la luz que pretendía penetrar hasta el frío suelo del recibidor.


Asustada, la bufanda azul, contuvo el exagerado engullido de saliva de Sir Boyle que había causado la inesperada aparición del misterioso chico y se dejó aflojar por los finos dedos de él. Según iban acostumbrándose los ojos de los dos, impedidos por la explosiva intranquilidad, descubrieron un “puntal” (ver diccionario canario) que dejaba colgar desde su extendido y alzado frágil brazo una especie de tela. Madame C. sonrió y asintió dando gracias con los ojos que acompañaban las mismas palabras de forma verbal. El “puntal” exhausto le dijo: - Se te cayó ayer al suelo y un señor con corbata lo recogió, y yo lo seguí y en cuanto se despistó se lo quité.- le dijo de forma orgullosa y seguidamente.- No llores más, chica de sonrisa de ojos tristes. Aquí tienes tu peculiar bufanda naranja de franjas negras,….-. Y la bufanda azul se aflojó por sí sola.



PD: Os doy un dato importante. La bufanda es amarilla en la vida real.

10 diciembre 2011

No os quejaréis...



Algún día os lo escribiré. Desataré, de forma desbocada, la bestia que guardo en mi fuero interno. Os habrá entrado irrumpiendo en vuestra terca tranquilidad, que a bocados tenéis por pura gula, y os la habrá arrebatado. Hasta entonces, no ofrezco más que una mísera taza de leche caliente antes de dormir, pero fresca y cremosa como ninguna ternera pudiera mamar de la teta de una lechera.


Ese día os he de mostrar que sois protagonistas de mi escritura sin ni siquiera ser un personaje más. Creéroslo. Sois la valentía en persona, la que quema la cerrilla de mi voluntad sin reparar en costos de pereza; la pila que acciona el mecanismo de mi reloj, que lleva a mi mente a narrar el tiempo que coincidimos siendo fantasiosas reflexiones plasmadas en un blog. Algo principal… ¡Y ya está!


Que atrevido habré sido, intentando convencerles a los demás de vuestra inexistencia, pues ya siendo difícil de disuadiros del campo de visión de ellos, para finalmente haber acabado desmintiéndolo todo. Ya no sé dónde esconder el agrietado y desecado pellejo de mis codos, que han permitido el estudio de vuestra transparente existencia, y termino prodigiosamente agradeciéndooslo. Gracias, gracias, gracias,…


Un piadoso ademán, con intención de pediros paciencia, nada más, es lo que procuro que me halléis cuando crucemos nuestras lecturas en este blog: yo vuestra cara y ustedes mis letras. Ya que espero que una fecha, socavada en mi futuro, tenga la hospitalidad de que se me sirva papel de regalo, simplemente porque obsequiaros es una de mis ilusiones. Esperadme…


Porque no creo que merezcáis promesas sin ninguna rendición de cuentas. Por lo que, vituperaré a quién sea, con tal de dejar bajo llave un punto final. Sin que ningún astronauta rústico, ni gitano espacial nos lo acabe robando. Y encima, seguramente, nos sonría.


No hay locura sin un loco que la diga, como tampoco hay mandarinas azules sin que hubiera seguidores que impetren comerlas.



PD: Sé que estáis muchos en la orilla.